Bienvenidos un día más a un capítulo nuevo sobre las vivencias de una prostituta como yo.
En el capítulo anterior os prometí que os cantaría como me inicié en este mundo del sexo por dinero, sexo por diversión, sexo por placer … Llamarlo como queráis para mí es un trabajo como otro cualquier yo me saco un dinero extra y mí cuerpo lo disfruta.
¡Me gusta lo que hago, porque hago ejercicio y gano dinero como una buena perra en celo!. Pues bien mi infancia la verdad es que no la recuerdo muy anómala salvo porque viví la sexualidad con la mayor libertad y plenitud del mundo.
Siempre ha sido algo que desde muy niña me ha llamado la atención por eso cada vez que escuchaba a mis padres fornicar cachondos perdidos, yo me escapaba de mi cuarto de princesas para verles como se explayaban en sus artes amatorias.
Al principio no entendía cual era el motivo por el cual ver aquella escena hacía que mojase mis bragas. Pero lo bueno que tiene el haber nacido en una familia con muchas personas licenciadas en medicina es que cualquiera está dispuesto a explicarte como tu cerebro capta esa información, la lívido se sube por las nubes y hace que sientas cosquillitas ahí abajo.
La verdad es que mi abuela (que por cierto era un amor de persona y una pediatra excepcional) se lo tomaba con total normalidad y sin embargo mis padres eran harina de otro costal, más bien era mi querida madre la que no se lo tomaba nada bien que estimulara mis genitales en la soledad de mi habitación.
Mi abuela era más partidaria de dejarme explorar mi propio cuerpo y mi madre no, y por más que me negará rara era la vez que no me llevará obligada al psicólogo para contarle mis manías sexuales a tan corta edad … Vamos que intentaba reprimir esos instintos de forma radical pero viendo mi profesión creo que le salió el tiro por la culata.
El tiempo paso, yo crecí y con el tiempo llegué a la pubertad … Ya sabéis esa etapa en la que la mayoría de l@s adolescentes nos vemos horribles, el acné hace de las suyas y el interés por el sexo opuesto o el mismo nos trae por la calle de la amargura a tod@s.
La verdad que no me puedo quejar de no haber tenido much@s amig@s, me acuerdo que todos los veranos solíamos veranear en una gran masía en Girona, siempre iba con mis padres, mis abuel@s, tí@s, prim@s y es que lo bueno que tenía aquél sitio es que mis prim@s y yo nos llevábamos muy bien con otra familia que vivían allí mismo.
Cuando eramos pequeñ@s siempre jugábamos tod@s juntos sin ningún tipo de problemas pero cuando estábamos en esa época de adolescencia comenzamos a salir un poco por separado solo que a la hora de regresar a casa nos volvíamos tod@s junt@s.
Me acuerdo que una tarde de verano caluroso mi amiga Paula junto con Mariana su prima me propusieron ir al río que estaba entre las dos casas para ir a bañarnos, pero como no teníamos ni bañador ni bikini nos bañamos como nuestras madres nos trajeron al mundo. Cuando llegamos a una de las pozas no había nadie merodeando por allí pero al rato de estar las tres en el agua nos tuvimos que salir a la carrera, cogiendo las ropas y la bicicleta que habíamos dejado a la orilla del río para escondernos detrás de un gigante matorral.
Era tan grande la planta que por lo menos tendría que medir unos dos metros, la cosa es que ni Dios nos viera allí, pues allí que nos apostamos las tres, para que así los chicos que venían bravuconeando con sus vespinos y haciendo el tonto entre ellos no nos descubrieran.
No os lo he dicho pero así como nuestro grupo estaba compuesto por nosotras tres que eramos de la misma edad el de los chicos estaba compuesto por bastantes chicos de diferentes edades, de entre los cuales se encontraban mis primos, los hermanos de Paula y sus primos que algunos eran más mayores que los míos y otros tenían nuestra misma edad.
Ya sabemos que a esas edades las chicas desarrollamos mucho antes que ellos pero vaya con algunos chicos que por lo visto se acuestan siendo niños y al día siguiente ha ya se han hecho un tiarrón de la leche, con su musculatura algo marcada.
La cosa es que a todas ya nos picaba el gusanillo por el sexo masculino, a ninguna nos habían besado, ni nunca jamaś en la vida habíamos visto a un hombre desnudo salvo en mi caso que yo ya había visto a mi padre con todos sus atributos al aire.
Digamos que yo llevaba algún tiempo que sentía una breve atracción por Manu uno de los hermanos de Paula, yo no sé si fue porque fue el primero que vi tirarse al agua en pelota picada con todo su cuerpo esbelto y musculado o si fue la virilidad de su miembro lo que me dejó flechada.
Pero desde luego que los demás chicarrones ya pudieran estar haciendo el pino puente con la chorra que yo solo tenía ojos para Manu. Éste era un chico de 16 años alto, musculado, con pelo castaño, nariz algo aguileña, mandíbula pronunciada … Ojos color miel, la verdad no es que fuera muy agraciado pero es que tenía un no sé que, su carisma, su forma de ser que te terminaba por atrapar y ya no te dejaba escapar.
A parte de eso era el típico chulito del grupo que siempre fanfarroneaba que se llevaba a las tías de calle.
En el siguiente capítulo ya os contaré todo lo que aprendí con mi Manu del alma, ahora ya sabéis disfrutar del verano e intentar no terminar tan jodid@s de la cabeza como yo.